Algo que he aprendido de la vida es a amar a la naturaleza, pero sobre
todo a respetarla y ayudar a que sus especies no se extingan y vivan de una
manera digna. El problema de la tortuga marina es que está en ese
peligro de extinción que no muchos quisiéramos y nos duele tanto ver.
Estos pequeñitos seres indefensos y adorables lo único que quieren es
paz para poder crecer y nadar libremente, por eso nosotros los humanos
debemos preocuparnos para que lo puedan lograr y se reproduzcan más (existen
varios tipos de voluntariado en el país por parte del gobierno; la época
de desove es entre abril y octubre, así que no pierdan la oportunidad de
hacerlo).
Todavía me acuerdo de cómo se ven y se sienten cuando son bebes: su
caparazón es suave y aguadito, mueven mucho sus aletitas porque están deseosas
de nadar, tienen ojos inocentes, llenos de amor y lo más increíble es
que tienen una orientación nata hacia el mar (algunas, porque otras se van
en sentido contrario).
El momento en que las tienes en las manos es algo mágico, con una vibra
que llena tu cuerpo de felicidad y no piensas en otra cosa más que en
liberarlas y tener cuidado con las gaviotas para que no se las lleven, por eso
hay que hacerlo cuando caiga el sol, para que ellas ya no estén rondando por
ahí.
Lo he dicho y lo seguiré repitiendo hasta el final de mis días: liberar
aproximadamente a 100 tortugas ha sido una de las mejores experiencias que he
tenido en mis 22 años de vida y lo seguiré haciendo por siempre, tratando
de que el número aumente cada vez más.
Le agradezco a
Tulum por ser mi lugar favorito en el mundo y además por brindarle la
mejor casa a estas tortuguitas
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